Nuestros hijos

Esta biblioteca se fundó en recuerdo de todos los que no volvieron de la Cordillera de Los Andes en 1972. Muchos de ellos eran estudiantes,
por eso cada día intentamos rendirles homenaje brindando oportunidades a otros.

En esta sección incluimos sus perfiles.

Hijos de las Madres
Fundadoras de la Biblioteca

Recordamos a

Francisco Domingo Abal Guerault
Graciela Obdulia Augusto Gumila de Mariani
Gastón Costemalle Jardi
Eugenia Dolgay Diedug de Parrado
Coronel Julio César Ferradás Benítez
Esther Horta Pérez de Nicola
Jorge Alexis Hounié Sere
Dante Héctor Lagurara Guiado

Ramón Martínez Rezende
Juan Carlos Menéndez Villaseca
Francisco Nicola Brusco
Susana Elena Alicia Parrado Dolgay
Sargento Ovidio Joaquín Ramírez Barreto
Sargento Carlos Roque González
Daniel Gonzalo Shaw Urioste
Numa Turcatti Pesquera

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Más de medio siglo de Valor y Fe colaborando
con la educación e instrucción en Uruguay.

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Rafael Echevarren Vázquez

(1950 - 1972)

Nació el 20 de agosto de 1950 en Montevideo. A poco de nacer, fue bautizado y profesó siempre la fe católica. Fue el mayor y el único varón de la familia. Sus hermanas fueron María Sara, María Beatriz y María del Pilar, y sus padres Ricardo Echavarren Ruíz y Sara Vázquez Isoba.

Rafael se crió en el campo en la estancia “Los Tapiales”, que pertenece a la familia Echavarren. Le gustaba andar a caballo, también los perros, y todo lo que olía a verde y a libertad. Hizo un año de jardín pre-escolar en la Escuela Rural Nº30 en los pagos de Higueras de Carpintería, en Durazno. Después se educó durante doce años con los Padres Jesuitas en el Colegio Sagrado Corazón (Seminario). Sus padres lo educaron firmemente pero con ternura. Adoraba lo que siempre se llamó en su casa lealtad familiar.

Era un joven fuerte, tanto de alma como de cuerpo, además de orgulloso y seguro de sí. Contaba con un físico atractivo y un maravilloso sentido del humor. Poseía también la capacidad de saber disfrutar de la vida. Los reveses y el dolor de su pierna engangrenada lo hicieron superior a sí mismo, y según sus compañeros de aventura, su fe no declinó jamás.

Finalmente, y emulando una frase que llegó a ser famosa: “Nada le fue negado, sólo vivir largos años”. Es el único de los fallecidos en la Cordillera de los Andes que fue sepultado en Montevideo. Su padre fue a buscar su cuerpo a la montaña tras un riesgoso viaje a través de picos y valles nevados. Descansa su cuerpo en el panteón familiar.

Julio Martínez Lamas Caubarrere

(1947 - 1972)

Fue fundador del Colegio Stella Maris. Su padre falleció cuando él era niño, por lo que debió abandonar sus estudios y comenzar a trabajar en el Banco República para sostener a su familia.

Fue el jefe de la “barra brava” del Old Christians desde el primer partido y referente ineludible, no se perdía partido alguno y consideraba al rugby como un estilo de vida. Poseedor de un carisma muy especial, tenía infinidad de amigos y era una persona sumamente querida.

(Pie de foto) Julio es el que está primero a la izquierda, sentado, de barba.

Marcelo Pérez del Castillo Ferreira

(1947 - 1972)

Hijo del Arq. Manuel Pérez del Castillo, integrante del grupo de padres que invitó a la Congregación de los Christian Brothers a instalarse en Montevideo con un colegio católico y bilingüe. Marcelo fue entonces alumno de una de las tres generaciones fundadoras del Colegio Stella Maris.

Fue integrante del primer equipo de rugby del Old Christians Club y capitán del mismo en varios períodos. Tenía actitud, liderazgo y determinación, extremos necesarios para ser un gran Capitán dentro y fuera de la cancha. Consideraba como muchos al rugby como un estilo de vida que trascendía el juego en sí.


De sus características principales podría destacarse su carisma y simpatía, su dedicación a la familia y en especial a su madre, la seriedad con que asumía los compromisos y la paciencia para escuchar, lo que hacía que se llevara muy bien con todos: familia, amigos y jugadores de su equipo. Al momento del accidente Marcelo tenía 26 años, era estudiante avanzado de arquitectura y capitán del equipo de rugby que viajaba a Chile.

(Pie de foto) Marcelo es el que está en el primer banco, a la derecha, de lentes negros.

Enrique Platero Riet

(1950 – 1972)

Nació 21 de julio 1950, en el año del triunfo del Maracaná. Según su mamá, al nacer parecía un niño de tres meses, era muy grande. De niño se portaba bien y a medida que fue creciendo se convirtió en un “quiet men”, como le gustaba llamarlo a su madre.

Era una persona tranquila, un poco parca, seria, pero las cosas le conmovían. Tenía un grupo grande de amigos del Colegio Stella Maris. Él vivía en casa de sus amigos y sus amigos en su casa, en el barrio de Carrasco. Era muy buen jugador de rugby, aunque también le gustaba el fútbol. Era grande y fuerte, y era el primero de tres hermanos varones. 

Otro de sus intereses era leer; muchas veces su mamá pensaba que estaba estudiando y en vez de libros de estudio tenía novelas o cuentos en el escritorio. El último libro que leyó fue Los grandes Iniciados, de Edouard Shuré. Su pasión por la lectura provenía probablemente de su infancia, cuando sus padres le inventaban cuentos al momento de dormir. 

Antes del accidente, Enrique era una persona sumamente feliz que disfrutaba junto a su novia, su familia y sus amigos. No era un gran estudiante pero le gustaba el campo y había elegido cursar su carrera en la Escuela Agraria Santa Bernardina en Durazno. Era una persona muy sensible, y su debilidad era su madre, con quien compartía un vínculo muy especial.

Fernando Vázquez Nebel

(1952 – 1972)

Nació el 20 de agosto de 1952, y fue el primer hijo de la familia, al poco tiempo nacería su hermana Teresita. El ámbito en el que se destacaba era el académico. Su pasión era leer. Tenía un amplio conocimiento de la historia, de guerras, batallas y ejércitos, y desde niño jugaba a los soldaditos además de gustarle mucho la música. Luego de cursar sus estudios en el Stella Maris, decidió, en contra de la voluntad de sus padres, seguir sus estudios en el IAVA, que era un instituto público, no privado. Estaba cursando su segundo año de Medicina, previo a la universidad, cuando por razones de violentos conflictos políticos el gobierno cierra el Instituto. Su madre, desesperada de que perdiera el año, llamó al entonces director del Seminario para que le permitiera continuar allí. Al enterarse el director de los antecedentes académicos de Fernando en el Stella Maris, hizo una excepción y le contestó: “Que se presente el lunes”. En tan solo tres meses Fernando sacó la medalla de oro, superando los 13 sobresalientes en sus exámenes.

Luego, en la Universidad, estudiaba junto a su amigo de la infancia, Roberto Canessa, quien lo invitó a viajar a Chile como acompañante del equipo de rugby. En el momento del accidente, estaba sentado a su lado. Con su novia Corina formaban una linda pareja, que a pesar de vivir en Buenos Aires, se las arreglaban para compartir muchos momentos juntos. Cuando se fue a la Cordillera, entre sus papeles se encontró un poema que había dejado escrito, titulado El Camino de un hombre, y sus últimos versos decían: «…una lápida o no, una tumba que no existe, palabras, solo palabras, y el sentimiento que perdura». En su cuarto había dejado un gran póster dibujado por él en el que aparece un sol sonriente, abriendo sus brazos, detrás de una cruz.